Globalización, imperialismo y las llamadas vías nacionales para el socialismo – el caso de Brasil
Edmilson Costa*
El proceso de globalización en curso en la economía mundial ha producido un conjunto de fenómenos nuevos en el sistema capitalista y contribuido para esclarecer mejor el papel de las clases sociales en el proceso de transformación socio-económica, así como sus relaciones con el sistema imperialista. Hasta mediados de la década de 50, cuando el capitalismo industrial era incipiente en Brasil, existía por parte de las fuerzas de izquierda una evaluación de que el proceso de transformación envolvía alianzas poli-clasistas, una vez que sectores de la burguesía nacional tendrían contradicciones con el imperialismo.
Esa evaluación comenzó a perder el sentido con el proceso de industrialización brasileño, que fue estructurado a partir de un trípode, que envolvía el capital del Estado, el capital privado nacional y el capital extranjero, resaltándose que el capital internacional, desde el inicio, pasó a controlar los ramos más dinámicos de la economía. Incluso con la expresiva presencia del Estado en la estructura socio-económica nacional, esa participación estatal estaba subordinada a la lógica del capital internacional y posibilitó mucho más la ampliación del poder económico de los grandes grupos internacionales en el país que la consolidación de un proyecto autónomo de desarrollo.
La consolidación de los oligopolios
El golpe de 1964 vino a hacer más claras las posiciones de las diversas clases y sus relaciones con el sistema imperialista. Al contrario de lo que muchos imaginaban, la llamada burguesía nacional no sólo apoyó con entusiasmo el golpe, sino que creció asociada a su sombra, como una especie de línea auxiliar bien comportada. Se realizó en marcha forzada una modernización conservadora del capitalismo: al tiempo que Brasil alcanzaba altos índices de crecimiento económico y dinamizaba la industrialización y la oligopolización de la economía, lo que posibilitó al país transformarse en una de las diez mayores economías del mundo, se operó una enorme represión contra los trabajadores y sus entidades representativas, condición fundamental para la viabilidad del modelo económico.
La dictadura implantada a partir de 1964 estructuró un sistema económico basado en altas tasas de ganancias, en la oligopolización de la economía, modernización conservadora del campo y en la super explotación de los trabajadores. Fue también responsable por el desmantelamiento de la enseñanza y la salud públicas e incentivó la mercantilización de la educación y de la medicina, tanto que hoy dos tercios de los estudiantes universitarios estudian en instituciones privadas y la gran mayoría de los hospitales es de propiedad particular. Además de eso, revocó las libertades democráticas vigentes anteriormente y persiguió y criminalizó las luchas sociales y políticas, y alejó de la vida política legal las fuerzas políticas de izquierda, especialmente los comunistas.
El resultado social de ese proceso fue la configuración de una sociedad acentuadamente desigual, con uno de los niveles más dramáticos de concentración de renta. Para tener una idea, el 10% de la población brasileña más rica controla cerca de 47% de la renta nacional, mientras el segmento representado por el 1% mejor posicionado de este contingente posee una renta mayor que el 50% de los más pobres del país.
El proceso de modernización por todo lo alto no podría ser viable sin que el Estado construyera una vasta red de grandes empresas públicas, cuyo papel esencial era dar soporte a la acumulación del capital nacional e internacional. Esa compleja red de intereses contribuyó a construir un capitalismo monopolista con características propias, en el cual convivían el capital privado brasileño - gran parte de él asociado al capital internacional- una burguesía rural conectada a los circuitos del comercio internacional, las empresas públicas y el capital extranjero, resaltándose que este último continuó ampliando su dominio sobre los ramos más dinámicos de la economía.
Por lo tanto, la configuración del capitalismo industrial brasileño, después de los 21 años de dictadura, ya presentaba las características de un capitalismo monopolista, pero con las peculiaridades típicas del capitalismo tardío y periférico, por ejemplo: la subordinación a la lógica del gran capital internacional, una burguesía nacional desenlazada de cualquier proyecto nacional, el capital internacional dominando los sectores más dinámicos de la economía y un mercado interno expresivo, pero restricto a casi la mitad de la población, este último hecho fruto de la gran concentración de renta operada por la dictadura.
Ese conjunto de fenómenos económicos, políticos y sociales diseñaron un nuevo perfil de la sociedad brasileña, muy diferente de aquel que existía los años 50 y 60 cuando el capitalismo industrial estaba en construcción. Esa conyuntura operó también resultados teóricos en el campo de la izquierda, una vez que el país había cambiado y que era necesario una nueva estrategia y táctica de la revolución brasileña que posibilitara incautar esos nuevos fenómenos. O sea, la nueva realidad brasileña contribuyó de manera efectiva para el cuestionamiento de los llamados proyectos nacionales libertadores o nacionales desarrolladores a ser ejecutados en los marcos del capitalismo.
Globalización y neoliberalismo
Sin embargo, si aún restaba alguna duda en cuanto al papel de la llamada burguesía nacional como aliada en cualquier proceso de transformación social en Brasil, la globalización y el neoliberalismo vinieron a sepultar de un golpe todas las ilusiones nacionales-libertadoras o nacionales desarrolladores. Con una agresividad impar, los gobiernos neoliberales implantaron a hierro y fuego su agenda, con las llamadas reformas estructurales, desregulación de la economía, privatizaciones y desmonte del Estado.
La mayoría absoluta de las empresas públicas brasileñas fue privatizada a precios irrisorios y adquirida por el gran capital nacional e internacional. Para tener una idea de la dimensión de las privatizaciones en el país, basta decir que todo el sector eléctrico, todo el sector de las telecomunicaciones, de la siderurgia, los bancos estaduales públicos, entre otros, pasaron para el control privado. Se desmantelaron así los principales bastiones de la economía controlada por el Estado – todo eso con el apoyo entusiástico de la llamada burguesía nacional.
En otras palabras, lo que se observó en Brasil en las últimas tres décadas de implantación del neoliberalismo, fue una radical transformación en el capitalismo brasileño, con el aumento de la desnacionalización de la economía y el fortalecimiento de grandes grupos nacionales asociados. Como esos grandes grupos también crecieron de manera expresiva en esa coyuntura, una vez que juntaron una parcela importante de las empresas públicas, ahora buscan nuevos espacios en el capitalismo globalizado, en una especie de colaboración conflictiva y puntual con el capital internacional. O mejor, los grandes oligopolios brasileños, tanto industriales como agrarios, sin contrariar la lógica de la subordinación e incluso por instinto de supervivencia, buscan mejor posicionamiento en el capitalismo globalizado.
Visando consolidar la posición de esos grupos en la coyuntura internacional globalizada, el gobierno de Lula, especialmente en el segundo mandato, desarrolló una fuerte política de financiación, articulación, fusiones e internacionalización de esos grupos oligopolistas, visando obtener mayor poder de tratar en las negociaciones internacionales con el gran capital extranjero. Se puede decir que esa acción del gobierno provocó un intenso proceso de cambios cuantitativos y cualitativos en prácticamente todos los sectores dinámicos de la economía brasileña. Esa política envolvió tres vectores básicos:
1) El gobierno movilizó el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), uno de los mayores bancos de fomento público del mundo, y los fondos de pensiones paraestatales en el sentido de financiar, articular y reunir condiciones para la formación de grandes players globales, con capacidad de influir en la inserción de Brasil en las relaciones económicas internacionales.
2) Con los recursos de la financiación, esos grupos realizaron un intenso proceso de fusiones y adquisiciones, cuyo resultado son los llamados “campeones nacionales”, grandes conglomerados unificados con capacidad de negociar, en un nuevo nivel, mejor posicionamiento con las firmas maduras del capital internacional;
3) Internacionalización de esos grandes grupos unificados, tanto del sector privado como público (el caso de la Petrobras), visando ocupar espacios en áreas de la periferia en las cuales Brasil tiene influencia económica y política.
Un capitalismo completo y subordinado
En función de esas transformaciones operadas en el capitalismo brasileño caracterizamos nuestra formación económico-social como un capitalismo completo, con elevado grado de concentración empresarial, que transitó de la industrialización embrionaria de la década del 30 a los años 50 para las formas de producción y acumulación ampliada del capital hasta la formación del monopolio. Ese trayecto fue recorrido de manera interconectada, inseparable y subordinada al sistema imperialista que hoy predomina en las relaciones internacionales.
Incluso llevando en cuenta que el capital extranjero controla los ramos más dinámicos de la economía, Brasil construyó en este último medio siglo un parque industrial desarrollado con capacidad de suplir de bienes y servicios el mercado nacional y exportar una parcela expresiva de su producción, desarrolló una agricultura moderna, donde las relaciones asalariadas son predominantes, un sistema financiero sofisticado, con intensa automatización bancaria y una red logística de infraestructura, telecomunicaciones y comunicaciones a la altura de la reproducción de las relaciones burguesas.
Por lo tanto, esta es una formación económica compleja, que presenta un conjunto de características específicas: al tiempo que predominan las relaciones de subordinación con los centros imperialistas mundiales, el capitalismo brasileño no puede ser considerado dependiente, en el sentido de un sistema que no puede desarrollarse en función de restricciones externas. Al contrario, su constitución, dinamismo y desarrollo fueron resultado exactamente de sus vínculos con la lógica del capital monopolista internacional.
Otro elemento importante del perfil del capitalismo brasileño es el elevado grado de concentración de los grupos económicos: la receta bruta de los 200 mayores grupos instalados en el país alcanzó en 2009 cerca de 2 trillones de reales (cerca de US$ 1,25 trilhones), más o menos dos tercios del producto interno bruto brasileño. Si observáramos desde el punto de vista del empleo, podremos tener una dimensión más clara de esa concentración: los 10 mayores grupos del país emplean 920 mil trabajadores.
La complejidad del capitalismo brasileño se expresa de manera más precisa cuando es analizada la composición accionaria de los mayores grupos del país. Esa tipología de análisis es más global porque evalúa el peso de los grupos en la economía (con sus ramificaciones en los variados sectores de la economía) y no sólo las empresas de forma aislada. En una primera aproximación, la mayor parte de los 100 mayores grupos económicos del Brasil está formada por capitales mayoritariamente nacionales. Entre los diez mayores grupos, nueve de ellos son de capitales mayoritariamente nacionales, tres de los cuales son grupos controlados por el Estado Brasileño.
Si evaluáramos sectorialmente, constataremos aún la presencia mayoritaria de grupos con capital mayoritariamente nacional. En el sector del comercio, de los 20 mayores grupos, 13 tienen capital de origen nacional. En el sector financiero, 14 de los 20 mayores grupos son de capitales nacionales. En la industria, el capital nacional es levemente minoritario: posee nueve de los 20 mayores grupos, mientras el capital internacional controla los 11 mayores grupos. En el área de servicios en general, el capital de origen nacional controla 13 de los 20 mayores grupos[1].
Si evaluáramos ese rendimiento sólo por la óptica de la apariencia de los fenómenos, la conclusión a que podríamos llegar es la de que los grupos brasileños son numéricamente mayoritarios y que, por lo tanto, en función de sus propios intereses, tendrían contradicciones antagónicas con el capitalismo internacional. Sin embargo, esta es realmente sólo la apariencia del fenómeno, porque en esencia la realidad es bastante diferente. La propia naturaleza tardía del capitalismo brasileño, la grandeza económica de los grupos internacionales, la asociación entre el capital nacional y el capital extranjero y la tela de intereses que permea la relación entre esos grupos hacen del capitalismo brasileño y sus grupos parte constitutiva y subordinada del sistema del capitalismo monopolista mundial. Eso porque:
a) En una economía globalizada, la comparación entre los grupos económicos no debe ser hecha sólo cuantitativamente, sino observándose la dimensión de los bloques de capitales, o sea, el peso de cada grupo en la economía mundial. Desde ese punto de vista, los grupos de capital de origen nacional son mucho más pequeños que los grupos internacionales e influyen sólo de manera residual en áreas periféricas del capitalismo. Por ejemplo, Citibank es más pequeño que Itaú o Bradesco en Brasil, pero desde punto de vista internacional ese grupo es mucho mayor que los otros dos juntos.
b) Prácticamente todos los grupos económicos con capital de origen nacional están conectados, dependen y forman parte de la lógica de acumulación del gran capital internacional. Los conflictos de intereses que posiblemente ocurren son parte de la dinámica de la acumulación del capital y no representan ninguna ruptura de los viejos lazos que unen los intereses más profundos de esos bloques de capitales.
c) Los Estados imperialistas a que los grandes grupos del capital internacional están conectados controlan las principales instituciones económicas internacionales, la mayor parte del flujo económico y, además de eso, poseen las fuerzas militares más poderosos del planeta, lo que da a esos grupos un soporte completo: institucional, económico-financiero y militar.
El carácter de las transformaciones en Brasil
Si Brasil posee un capitalismo completo, monopolista y desarrollado, inclusive en el campo; si más del 80% de la población viven en las ciudades; si las relaciones asalariadas están generalizadas; y si las instituciones típicamente burguesas están consolidadas y legitimadas socialmente, la contradicción central de la sociedad brasileña sólo puede expresarse entre los dos polos principales del sistema capitalista: la burguesía y el proletariado. Como en prácticamente todas las sociedades capitalistas, existen sectores residuales, como pequeños propietarios, asentados rurales, agricultura familiar, entre otros, pero todos estos sectores están subordinados a la lógica del gran capital y del mercado capitalista.
Esa lectura de la realidad brasileña lleva a la conclusión de que el carácter de la revolución en el país es socialista, no existiendo más espacio para las llamadas luchas de liberación nacional que envuelven todo el pueblo, inclusive de sectores de la burguesía, contra un imperialismo externo que sofocaría las posibilidades de desarrollo de la nación. La burguesía brasileña es parte del sistema imperialista mundial y a este sistema está integrada e, internamente, organiza sus intereses en alianza con el capital internacional.
El carácter de la revolución brasileña es socialista porque el mundo globalizado consolidó los círculos de relaciones entre los sectores burgueses de todo el mundo. La llamada burguesía nacional está conectada por intereses objetivos con el gran capital internacional y no realiza ninguna disputa contra sectores pre-capitalistas o restos feudales en el país. Por el contrario, su principal preocupación es con la posibilidad del proletariado brasileño organizarse para realizar su revolución socialista.
El carácter de la revolución brasileña es socialista porque el desarrollo del capitalismo monopolista brasileño transformó el país en una formación social desarrollada y reunió todas las condiciones de una nación industrializada. En esas circunstancias, el ciclo burgués está completo. Por lo tanto, las tareas colocadas para los comunistas, que representan los intereses estratégicos de los trabajadores, no pueden ser resueltas en los marcos del capitalismo.
Esa definición estratégica, fruto de las condiciones objetivas del capitalismo brasileño, no es todavía bien comprendida por la mayoría de las fuerzas de izquierda, en función de una larga tradición de las tesis de la revolución nacional-democrática. El PCB, a lo largo de varias generaciones, fue el principal portavoz de esa formulación. En verdad, puede hasta ser que en algún momento de nuestra historia, eso correspondiera a una estrategia correcta. Sin embargo, esa perspectiva perdió el sentido porque el capital monopolista brasileño acumuló lo suficiente para abortar esa posibilidad.
Las fuerzas sociales y políticas que continúan insistiendo en estas tesis se comportan como defensoras de un mundo que ya no existe y, muchas veces, incluso proclamando el socialismo como perspectiva, en la práctica están luchando para reformar el capitalismo y hacerlo más humano. Los ejemplos recientes de alianzas con los sectores burgueses realizados por el Partido de los Trabajadores, actualmente en el poder en Brasil, sirvieron sólo para fortalecer el capitalismo monopolista brasileño, en pago de algunas migajas para los trabajadores, y no contribuyeron en nada con el proceso de transformación del país.
Otro elemento que causa confusión en esta formulación es el hecho de que definir el carácter de la revolución brasileña como socialista colocaría las fuerzas de izquierda en una camisa de fuerza en el plan táctico. Este cuestionamiento no tiene razón de ser, pues el carácter socialista de la revolución no implica ausencia de mediaciones políticas en la lucha concreta de las masas. Lo fundamental de la estrategia socialista es que esta define los rumbos de la transformación, los aliados y los enemigos del proceso revolucionario. No siembra ilusiones entre los trabajadores. Cierra espacio para el reformismo y la social-democracia y presenta una perspectiva de clases para el proceso de transformación social.
Finalmente, esa definición estratégica necesita de la construcción de un bloque de fuerzas sociales y políticas en el campo proletario, que en nuestras resoluciones aprobadas en el XIV Congreso se expresa en el Frente Anticapitalista y Antiimperialista, instrumento que deberá reunir a todos los que estén efectivamente dispuestos a la lucha contra el capitalismo y el imperialismo. Es exactamente este bloque revolucionario que tendrá la tarea de comandar el proceso de transformación de la sociedad brasileña.
* Edmilson Costa es Doctor en Economía por el Instituto de Economía de la Unicamp, con Pos-Doctorado en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la misma institución. Es autor de Imperialismo (Global, 1987), La Política Salarial en Brasil (Boitempo, 1997), Un Proyecto para Brasil (Tecno-Científica, 1998), y La Globalización y el Capitalismo contemporáneo (Expresión Popular, 2008), además de ensayos publicados en Brasil y en el exterior. Es miembro del Comité Central y de la Comisión Política del Partido Comunista Brasileño (PCB).
[1] Valor Econômico: Grandes Grupos. 200 maiores grupos com organograma de participações acionárias. São Paulo, dez, 2010.